El tatuaje que me alivió la mastectomía y un libro que tendrían que recetar los médicos

En el mes de lucha contra el cáncer de mama no puedo hablar de otra cosa. Pero voy a hablar de un momento feliz que ocurre en un local de Lugano después de todo. Y de un texto salvador.

¡Hola! Gracias por estar en otra edición de Leer por leer. Gracias por las respuestas al newsletter sobre David Grossman. Y por leerme ahora, que voy a contarte algo personal. Estamos en el mes de la lucha contra el cáncer de mama. No puedo pasar esas fechas indiferente. Perdón, si me toca escribir en esos días no puedo, no quiero, escribir sobre otra cosa. Lo digo y me miro el cuerpo de mujer biónica que tengo, este cuerpo que ya no es sólo biología y que por eso —la biología me mandaba al cajón— está vivo.

Feliz, feliz mes de la lucha contra el cáncer de mama.

Esto es un newsletter de libros, no de confesiones. Voy a hablarte de un par de libros pero -perdón la impudicia- uno es mío, es autobiográfico y se llama Biografía de mi cáncer. Y te voy a hablar también del “continuará”, lo que me pasó después, ahora.

El otro libro es una Biblia: La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag, un texto que debería recetarse en los consultorios cuando te dan el diagnóstico.

No te voy a contar mi historia de nuevo; lo hice en el libro —que hace rato está para ser descargado gratuitamente desde este enlace— y un poco lo volví a hacer en esta nota un par de años atrás, cuando una mamografía salió fulera y tuve que tomar nuevas decisiones.

Pero sí me gusta, te decía, mirarme y hablar desde ahora, desde este final feliz (por ahora, con el cáncer, los finales felices siempre son “por ahora”).

Un detalle: cómo las nombro

Te va a parecer una pavada pero los médicos dan veinte vueltas para hablar de las tetas. Algunos te dicen “las lolas”, algo que me suena a cirujano plástico en los 90. “Las lolas” se hacían las vedettes… la palabra hace como un ruido de puerta mal aceitada cuando de lo que se está hablando es de una mastectomía.

“Pechos” es otra. ¿No es un eufemismo? ¿Una tiene un pecho, como en “un dolor en el pecho” y además dos pechos? Si sigo las definiciones de la Real Academia sería algo así, porque en la primera el pecho es “Parte del cuerpo humano, que se extiende desde el cuello hasta el vientre, y en cuya cavidad se contienen el corazón y los pulmones” pero en la quinta acepción es también “Cada una de las mamas de la mujer”. Le podría dar más vueltas a esto pero basta.

“Mama” —Órgano glanduloso y saliente que los mamíferos tienen en número par y sirve en las hembras para la secreción de la leche— es muy técnico. “Mama” es para llenar las órdenes de la obra social, pero no para charlar.

¿Entonces? Siempre preferí “tetas” pero no sé por qué —será la edad— ahora y acá me choca un poco. Igual voy con esa.

El final feliz

El final feliz ocurre en un local de tatuajes del barrio de Lugano, un barrio con mucha personalidad y poblado de trabajadores, en un límite de la Ciudad de Buenos Aires. Ya hice la primera mastectomía, obligada; hice la segunda por precaución, ya me hicieron la reconstrucción de las dos, lo mejor que se pudo. Vestida está bien, desnuda… no es para desfilar digamos. Y en el fragor de la batalla cayó un pezón. No me quejo, pero acá en Lugano podemos hacer algo para remediarlo.

Así que voy con mi amiga LL, subimos una escalera larga y nos encontramos en una escenografía que recuerda a la película Grease (un John Travolta flaco y joven, una hermosa Olivia Newton John, mucho gel en el pelo, carreras de autos y rock). O recuerda a James Dean. Motos, esas cosas. Sillones de cuero, todo rojo, negro y amarillo. Ahí, en un mostrador, me dicen que espere y en unos segundos llega un hombre de pelo largo atado en una cola de caballo —combina mucho con el lugar— y nos lleva por un pasillo a un consultorio.

Sí: acá motos, carteles grandes, años 50 y más allá una camilla, un escritorio, dos sillas, asepsia.

Me saco la remera, el hombre ve lo que quedó de mis (¿lolas? ¿pechos?) tetas. Mide algo, evalúa. Saca una especie de lápiz eléctrico que veo por primera vez —tengo 57 años, nunca hice nada parecido— y me tatúa el pezón que se fue en la primera cirugía. Sencillo, un redondelito con efecto tridimensional sin flores ni serpientes ni chirimbolo ninguno. Mira, mira, y corrige el otro pezón, que quedó en su lugar pero medio jaqueado por las cicatrices alrededor.

Mientras tanto, me cuenta de su vida de tatuador en las playas de Barcelona.

Él se llama Mariano Staropoli y esto es Mandinga Tattoo, un estudio donde te podés hacer un lobo en el brazo, a Messi en la pierna o ponerte grande “Mamá” —o lo que se te cante— pero donde también armaron una fundación para hacer “tatutajes sanadores”. Empezó Diego, el hermano de Mariano y ahora juntos llevan adelante “El club de las tetas felices”, con el que hacen eso que fui a hacer yo: tatuajes sanadores. Reconstrucción de la areola. Por supuesto el tatuaje no tiene volumen pero a la vista el resultado es increíble. Salí feliz. Temblando -no entendía por qué, suerte que vino LL- y feliz.

Salí feliz y quienes me conocen saben que siempre puse la vida primero. La verdad, si me preguntaban, no me hacía sufrir la mastectomía. Decidí hacer la reconstrucción de las dos porque siempre quiero estar lo más linda que se pueda y tener tetas me parecía parte de ser linda. El tamaño lo eligió —muy bien— el cirujano. Me tuve que acostumbrar a otra forma —¡y, a los cincuenta y pico, a otra altura!— pero mis tetas biónicas pasaron a ser parte de mi vida y, en general, ni me acuerdo de ellas.

Ni yo sabía que me importaba esa teta ciega, ese gesto tuerto cuando me sacaba la ropa. Pero cuando estuvo… fue como algo de volver a mí misma. No es que la teta no esté achurada por las cicatrices, pero con el tatuaje algo cerró. Algo se calmó.

Ese es el final feliz por ahora. La historia larga, la del libro, empieza en 1999 con una bolita que toqué en la ducha, seis tremendas sesiones de quimioterapia, muchísimas de rayos, la pelada y esas cosas. Digo, en el libro, que no aprendí nada porque no quería aprender del dolor pero un poco —sshh— es mentira: me volví una persona un poco más liviana y un poco más feliz. Consciente de que, como dice Gabriela Cabezón Cámara, en su última novela, Las niñas del naranjel, todos nacemos heridos de muerte.

Es ese primer tramo el que cuento enBiografía de mi cáncer. El segundo ocurre más de veinte años más tarde, cuando el cáncer trata de levantar cabeza pero lo pescamos a tiempo.

* Los tatuajes mamarios de Mandinga Tattoo son gratis. Si lo necesitás comunicate con ellos al 11 2762-3931.

Llamar a un teléfono (+5491127623931)

El libro que hay que recetar

Cuando te enfermás nunca falta el que busca qué hiciste vos para estar así. Porque, en realidad, te causaste tu propio daño, como si la enfermedad no existiera en el menú de la vida, como si la psiquis fuera tan todopoderosa que pudiera matarte siempre, como si te murieras por portarte mal de una u otra manera.

Porque lo más difícil es pensar que te puede matar, que ya empezó a matarte, una enfermedad estúpida que no tiene mensaje ni quiere decir nada. Una célula que muta, chau, porque tu cuerpo, el mío, es materia. Y la materia bueno, se corrompe. Chau, no hay mensaje. ¿No es triste?

Susan Sontag les da unos sopapos a esas ideas tan dañinas.

Con el cáncer te dicen varias cosas. Por un lado, que tiene que ver con vivir en una sociedad industrial, donde hasta el aire del campo es cancerígeno. Eso muchas veces es cierto pero en esta instancia no podés hacer nada para remediarlo.

Por otro lado, te dicen que el cáncer lo causa la represión. Que las angustias, los miedo, las broncas que te tragás, se vuelven contra vos. Que tus agachadas pasan factura. A flagelarse, te mataste solo. ¿Sí?

Bueno, ahí viene Sontag: “Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora, y que el modo más auténtico de encarar la enfermedad —y el modo más sano de estar enfermo— es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico”.

La crítica, la teórica, la pensadora estadounidense Susan Sontag te dice que cuando se sabe poco de una enfermedad, y además es mortal, es habitual que se la llene de misterios y significados. Y ahí es donde entra “la metáfora”. El cáncer es la represión… te mata la represión. ¿En serio?

Entonces Sontag -que murió de cáncer en 2004- da un ejemplo: se decía que la tuberculosis era la expresión física de la melancolía. Pero en 1882, Robert Koch descubrió un bacilo —hoy, el bacilo de Koch— que causa esa enfermedad. Y chau melancolía.

El libro de Sontag enseña a pensar y no culparte. Ya lo dije: frente a tanta charlatanería, un poco de seriedad calma en serio.

Mis subrayados

De Biografía de mi cáncer

1. “‘La vida de todos —me dirá en un rato la doctora a través de sus anteojos chiquititos— está en manos de Dios’. Lo dirá, la doctora, y mis ojos no podrán desviarse de las ¿cinco? ¿seis? medallitas que cuelgan de su cuello como parte de su instrumental: estetoscopio y virgen. Por ahora, cuando dice que mi vida está en manos de Dios, en manos de la doctora de los anteojos chiquitos está mi biopsia. Hace quince días que la espero y acaba de llegar del laboratorio, la hoja del fax todavía tibia. La doctora se ha tomado unos minutos para leerla y la ha traducido: es un cáncer agresivo, hay tres ganglios tomados, otros detalles. Escucho datos, lesiones, conductos, grados, como si hablara de otra persona. Me está diciendo todo, pero de una manera que no entiendo: ¿me voy a morir ahora? Me doy cuenta de que no puedo leer el conjunto y cada dato, entonces, importa poco. ¿Me voy a morir o no?”.

2. “Una amiga médica habla de los beneficios secundarios de la enfermedad. Que los enfermos se exhiben, chantajean con su dolor, se hacen atender, pasan al frente con sus deseos y se ponen en el centro de su vida; esto es, en el centro del mundo. Es una buena amenaza”.

3. “Tengo mucho pelo. Tengo rulos hasta la cintura, hasta la cola si están mojados y los estiro con los dedos. Tengo dos millones de hebillas. Grandes, de cuero, de madera, de metal, una hecha con una cuchara que me compró Olga en Colonia. (…) Mi pelo es algo que yo hice conmigo misma. Un tratado de paz en los horrores de la adolescencia. Una belleza que encontré. Y ahora me dicen que si quiero seguir viva lo tengo que dejar caer”.

4. “Mi cáncer no se siente, se entiende”.

5. “Me imagino el cáncer como una rebelión de las células, un estallido frente a la opresión, el miedo, la represión. La vida que aprieta como una bombacha chica y entonces llega el cáncer: un big bang enloquecido, justiciero, creador de ese universo paralelo, el del mal. Así considerado, el cáncer es casi una reivindicación; las rebeliones me dan simpatía y pienso —de a ratos la psiquis parece todopoderosa— que esa simpatía puede matarme”.

6. “No sé si se puede conjugar ‘tengo cáncer’ en pasado. Digo ‘tuve cáncer’ y lo digo bajito, que no escuchen los dioses vengadores mi pecado de soberbia. Tuve, como si se lo pudiera dar por terminado. Como si no existiera la chica que hablaba en el salón de los rayos: cinco años después, los huesos. Por ahora elijo una fórmula de compromiso con el destino: ‘Me estoy recuperando de un cáncer’”.

De La enfermedad y sus metáforas

1. “Las fantasías inspiradas por la tuberculosis en el siglo XIX, y por el cáncer hoy, son reacciones ante enfermedades consideradas intratables y caprichosas —es decir, enfermedades incomprendidas— precisamente en una época en que la premisa básica de la medicina es que todas las enfermedades pueden curarse. Las enfermedades de ese tipo son, por definición, misteriosas. Porque mientras no se comprendieron las causas de la tuberculosis y las atenciones médicas fueron tan ineficaces, esta enfermedad se presentaba como el robo insidioso e implacable de una vida”.

2. “Ahora es el cáncer la enfermedad que entra sin llamar, la enfermedad vivida como invasión despiadada y secreta, papel que hará hasta el día en que se aclare su etiología y su tratamiento sea tan eficaz como ha llegado a serlo el de la tuberculosis”.

3. “Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. Así, sorprende el número de enfermos de cáncer cuyos amigos y parientes los evitan, y cuyas familias les aplican medidas de descontaminación, como si el cáncer, al igual que la tuberculosis, fuera una enfermedad infecciosa”.

4. “Una enfermedad es así un hecho básicamente psicológico, y a la gente se le hace creer que se enferma porque (subconscientemente) eso es lo que quiere; que puede curarse con sólo movilizar su fuerza de voluntad; y que puede optar por no morir a causa de su enfermedad. Las dos hipótesis se complementan. Mientras que la primera pareciera aliviar el sentimiento de culpa, la segunda lo reafirma. Las teorías psicológicas de la enfermedad son maneras poderosísimas de culpabilizar al paciente. A este se le explica que, sin quererlo, ha causado su propia enfermedad, por lo que se le está haciendo sentir que bien merecido lo tiene”.

5. “Que se mienta tanto a los pacientes de cáncer, y que estos mismos mientan, da la pauta de lo difícil que se ha vuelto en las sociedades industriales avanzadas el convivir con la muerte. Tal como la muerte es ahora un hecho ofensivamente falto de significado, así una enfermedad comúnmente considerada como sinónimo de muerte es algo que hay que esconder”.

6. La enfermedad cardíaca implica un problema, un fallo mecánico; no implica escándalo ni tiene nada de aquel tabú que rodeaba a los tuberculosos y que rodea hoy a los cancerosos. Las metáforas ligadas a la tuberculosis y al cáncer suponen que unos procesos vitales de tipo particularmente resonante y hórrido están teniendo lugar.

Fuente: Infobae